En las entrañas de las minas de Potosí, el Tío representa una figura central en la cosmovisión minera boliviana: protector, proveedor y, castigador de quienes lo desafían.
Potosí, declarada Patrimonio de la Humanidad, no solo es símbolo del pasado colonial y de la riqueza del Cerro Rico, sino también el escenario de una tradición viva que atraviesa generaciones: el culto al Tío. Este ser mítico, representado con cuernos, dientes afilados y mirada penetrante, es considerado por los mineros como el dueño del interior de la mina. Su figura sintetiza un complejo sistema de creencias donde la espiritualidad andina se mezcla con prácticas cotidianas de supervivencia, fe y respeto por las fuerzas invisibles que habitan la tierra.

El Tío: entre respeto, temor y reciprocidad
Para los trabajadores mineros, el Tío no es simplemente un símbolo, sino una presencia real que debe ser honrada. Se le realizan ofrendas como hojas de coca, alcohol, cigarros y sangre de llama para asegurar su favor. Si está satisfecho, las vetas de mineral se revelan. Si se siente ignorado o enfadado, pueden ocurrir accidentes, derrumbes o desaparición de los minerales. Su figura está íntimamente ligada al principio andino de reciprocidad con la Pachamama, donde todo lo que se extrae debe ser retribuido.

La montaña como espacio sagrado y peligroso
El interior de las minas es percibido como un espacio liminal: alejado de la superficie y de la luz, dominado por otras leyes. En este contexto, el ingreso de mujeres está socialmente restringido, ya que se cree que su presencia puede provocar los celos de la Pachamama o la atracción del Tío, alterando el equilibrio espiritual de la montaña. Esta creencia es reflejo de un sistema simbólico profundamente arraigado, donde la minería no es solo trabajo, sino ritual.

Una experiencia cultural viva en el corazón de Bolivia
El culto al Tío es parte de una experiencia cultural única que aún puede observarse en visitas guiadas a las minas activas del Cerro Rico. Si bien se trata de un entorno extremo y exigente, conocer esta práctica permite adentrarse en las creencias, miedos y formas de resistencia de quienes extraen los recursos de la tierra desde hace siglos. Es, también, una forma de entender cómo la espiritualidad se entrelaza con la vida cotidiana en el altiplano boliviano.
